La Externalización es una práctica que bordea los límites de la decencia.
La externalización, también llamada Tercerización en algunos países y Outsourcing en su forma anglosajona, se refiere a una decisión de gestión en la que las compañías confían parte de su actividad a empresas externas, en general, especializadas en desarrollar determinadas tareas. Esto implica que, en muchos casos, conviven en el mismo centro de trabajo empleados que trabajando con un objetivo común lo hacen en diferentes condiciones laborales y salariales. Normalmente los empleados de la empresa subcontratada tienen menor sueldo, peores condiciones laborales y un mayor grado de presión y exigencia. En el argot de las empresas que recurren a esta práctica, la describen como body shopping que es la forma «elegante» de referirse a la venta de carne humana, es decir, recursos mal pagados y fácilmente reemplazables.
Los que disfrutamos de una perspectiva profesional larga y ancha – la que se consigue con los años – hemos vivido épocas y lugares donde las empresas querían ser dueñas de todos los procesos de la cadena productiva principal y de los servicios auxiliares o complementarios. Las empresas de transporte tenían talleres mecánicos, cualquier empresa de un cierto porte tenía su propio personal de limpieza y mantenimiento, las entregas del producto se hacían con vehículos y personal propios, las obras o tareas de mantenimiento se hacían, siempre que era posible, con empleados de la propia compañía, la contabilidad y la informática también. De hecho, y no siempre con acierto, las empresas eran felices sintiéndose autosuficientes y con los almacenes llenos a rebosar… de materias primas, de componentes, de productos semielaborados o, incluso terminados y listos para vender. Se asociaba salud financiera de las empresas a almacenes llenos, a grandes flotas de vehículos con los colores corporativos, a vestuario de trabajo fácilmente identificable, entre otros.
Pero en los años 70 del siglo pasado apareció en Japón una nueva filosofía de gestión de materiales y almacenes que se trasladó – en primera instancia a Estados Unidos y después a Europa – en los años 80 y que se llamó «just in time«. La idea era evitar el coste financiero y de espacio de mantener esos enormes almacenes llenos de materias primas. El nuevo concepto se basaba en tener la materia prima disponible cuando era necesaria, es decir, en el momento preciso: «Just in time«.
Este concepto fue derivando a otro, que en inglés se definió como el «core» del negocio, es decir, el núcleo del negocio, aquel que marca la especialización y la diferencia. Esto llevó a que las empresas catalogaran sus actividades en dos categorías: las pertenecientes al «core» y las otras.
Y así empezó un mundo laboral que distinguía dos status asociados a diferentes roles: Los empleados propios dedicados a las tareas de prestigio, propietarias del conocimiento y los dedicados a tareas que podrían ser realizadas por cualquiera, tareas que son necesarias aunque parezcan de menor valor añadido.
Y es aquí cuando aparece la genial idea empresarial: paguemos bien a los primeros y mal a los segundos. Y, eso sí, para evitar conflictos laborales tercericemos o externalicemos esos trabajos, es decir, provoquemos la creación de empresas dedicadas a esas tareas, cerremos los ojos a esa realidad y presionemos a esas empresas para conseguir precios muy competitivos, por ejemplo, que una habitación de hotel se limpie por 2 euros o menos.
¿No es esto una precarización de las relaciones laborales y un motivo para que se produzca una brecha salarial?
La idea es «genial» y se basa en la premisa de que el negocio, por ejemplo, es el hotel y no la limpieza y que el negocio de otras empresas es la limpieza y son los que saben gestionar adecuadamente esta actividad y además la realizan a precios muy competitivos. Interesante reflexión porque al final hay «hoteleros» que no tienen hotel –porque es un negocio inmobiliario que ellos no conocen-, que no quieren asumir hipotecas –porque es un negocio financiero que ellos desconocen-, que tercerizan los restaurantes –porque es un negocio gastronómico que ellos desconocen-, que subcontratan el mantenimiento –porque ellos no saben de electricidad ni de fontanería- y, ¿cómo no? subcontratan la operación y las tareas cotidianas necesarias para la vida del hotel.
Llevo décadas recorriendo hoteles, de distinto nivel, en cuatro continentes y no estoy seguro de pagar en la actualidad precios más bajos, pero de lo que sí estoy seguro es que obtengo peores servicios. La responsable no es la externalización en sí misma. La responsable es la combinación de la externalización y una exigencia excesiva sobre el prestador de los servicios. Además, la externalización permite al contratista no asumir obligaciones laborales con empleados propios y establecer una barrera que deja al otro lado el vínculo laboral, pero también el humano impidiendo establecer compromisos o afectos con quien está al otro lado.
Uno de los conceptos que está contribuyendo de forma significativa a la precarización de gran cantidad de empleos es la distinción entre el «core» y las tareas accesorias y, el problema, es que la definición del «core», del núcleo del negocio, es cada vez más restrictiva y cada vez son más las tareas o funciones susceptibles de ser tercerizadas.
La calidad de una cadena la marca el peor de los elementos que la componen. Si tienes un magnífico amplificador y unos malos altavoces tu cadena es mala. Si tienes un restaurante, donde la cocina es fantástica, pero los baños están sucios o das un mal café, tu restaurante es malo. Si tienes la mejor casa de ropa, pero cuando llegas a la prueba no está lista, tu empresa es mala.
Si los empleadores pretenden mantener una cadena productiva con eslabones compuestos por sueldos que garantizan la pobreza de los trabajadores nunca podrán contar con el compromiso, la lealtad, el buen hacer, el esfuerzo, las ganas… de los trabajadores. Esto debilitará la cadena. La desproporción entre el crecimiento de los beneficios empresariales y la retribución de los trabajadores no es decente pero, sobre todo, no es sostenible. Mantener relaciones laborales donde el trabajador tenga reconocimiento, apoyo y un salario igual al de sus compañeros, aunque esté “externalizado” es beneficioso a largo plazo para todas las partes implicadas en este proceso.
Por tanto, ¿Debemos poner límite a la externalización para evitar que siga provocando una brecha laboral y salarial?